Cuando entraste sabía que iba a suceder, te vi llegar con tu mono para ayudarme, te vi entrar en el garaje
Bajas del coche y te diriges a mí, felino y decidido, con esa mirada cargada de lujuria que me vuelve loca. Quedo a la espera de tus manos, que recorren mis muslos para liberarme del tanga y lanzarte al mar de mis muslos.
Bajas del coche y te diriges a mí, felino y decidido, con esa mirada cargada de lujuria que me vuelve loca. Quedo a la espera de tus manos, que recorren mis muslos para liberarme del tanga y lanzarte al mar de mis muslos.
Apoyada contra el coche, sólo veo tu cabeza bajo mi falda, y sigo con la mente el recorrido de tu lengua.
Mi respiración se acelera y escapan de mis labios suspiros breves e incontrolados.
Miro alrededor, buscando ojos indiscretos que puedan observarnos, pero me puede la lascivia, y me abandono a la voluptuosidad de tus caricias, disfrutando de cada trozo de piel por el que deambulas.
Cuando al fin te das por satisfecho, y de nuevo frente a mí me provocas con tu mirada, y mis labios beben del sabor de mi excitación, y sabes que el vicio me ha calado en las entrañas,...
Es entonces cuando me tomas, aprisionando mi espalda contra el duro acero, siento el frio en mis nalgas, el frio mezclado en mi culo con la excitación de mi sexo. Moviéndote con ímpetu, constante y demoledor, encerrando mis gemidos entre tus dientes,
poseyéndome, sin importar el dónde, impúdico y libertino;
llevándome más allá de este garaje en penumbra, más allá de la decencia;
allá donde el placer se hace agua y los terremotos nos liberan.